lunes, 30 de abril de 2012

Artículo publicado en el Levante de Castellón, sábado 28 de abril de 2012.

Tòtem i codony
Tiempo de barrilete
ANTONI ALBALAT


Esta semana se estrenó en la Sala Matilde Salvador de la Universitat de València, la obra de Julio Cortázar «Tiempo de barrilete» que ha producido un equipo multidisciplinar, dirigido por Montse Anfruns, bajo el nombre de La Xanxa Marranxa. He tenido la suerte y el honor de que la amiga Montse contase conmigo desde la misma génesis del montaje. Reconforta comprobar como, de una manera absolutamente voluntariosa, sin subvenciones, con imaginación y ganas, aún se pueden plantear propuestas de calidad ambiciosas, por amor al arte, sin que ello reste ni un ápice de seriedad al trabajo y aún diría más, no sólo al trabajo bien hecho, sino magníficamente realizado.
Vivimos unos tiempos en que el modelo fast-food ha contagiado no solo al mundo del teatro, sino también al de la literatura. Los espectáculos suelen ser monólogos, one-man-or-woman-shows y las novelas, históricas: tramas bien construidas siguiendo pautas de guión cinematográfico, de muchas páginas, sabor poco persistente y de muy poco calado. Atreverse con un equipo de nueve actores y actrices, como ya he dicho, por amor al arte, contando con un equipo de producción formado también por buenos profesionales, pero también trabajando de manera romántica, es una heroicidad.
Esta obra de Cortázar no se había estrenado hasta ahora. Es una obra poco conocida, «Tiempo de barrilete», pero no por ello deja de ser un buen Cortázar. Y Cortázar es hablar de alta literatura, de reconciliarse con ella, de dejar a un lado tanta literatura de consumo que, si bien puede ser una buena distracción, no alcanza la profundidad semántica que tiene la buena literatura; esa que no conoce de modas, y que como los vinos viejos, mejora con el tiempo.
Bajo un aparente palimpsesto que superficialmente algún indocumentado podría calificar de «surrealista», encontramos el amplio y profundo espectro de arquetipos cortazarianos. El juego impregna toda la obra, pero lejos de ser un juego de escritura automática o de hipnagogia, Cortázar se plantea, con ironía y sarcasmo, como quien no quiere la cosa, referencias de una hondura difícilmente condensable en la hora, que es el tiempo que dura la representación. La casa inquietante, proyección de nuestra personalidad, el subcosciente que oculta todo bosque con sus caminos, que caminamos o nos caminan, con sus monstruos de pensamiento, plantas a las que les crecen las plumas o animales con hojas. O, yendo más lejos, esa terrible presencia del monstruo que nunca vemos y que, tal vez, habita nuestro interior: la terrible mancuspia, presente en otros relatos del escritor argentino. Ese juego de Cortazar incluye también el tiempo, no sólo como medida que nos limita, sino como periodización de la vida humana, el tiempo como algo inexplicado, como algo inexplicable que arrastra vida y pasiones. Vida, pasiones, perversiones e incluso el asesinato y la conspiración. Como un inocente juego de niños, personajes de cuento que saltan del texto al interior del espectador. Pero los niños, no lo olvidemos, en alguna ocasión, fueron definidos como perversos polimorfos. Y el niño que hay en toda persona, sigue jugando al juego de la vida y al de la filosofía, al juego del poder y al juego, cruel, del enfrentamiento constante con la normalidad y con la realidad. Terrible, tragedia y comedia encerradas en un aro de sal, la vida que vuela como un barrilete, sujetada por un único hilo. Eso y mucho más. Así que el juego, repito, dista mucho de ser sólo un juego de palabras, decretos, edictos, para ser un espejo borgiano de todo aquello que nos asusta y que, al mismo tiempo, nos impulsa a seguir viviendo. En «Tiempo de barrilete» podemos hablar como escribía Ezra Pound: si un buen poema es aquel que nos dice cosas nuevas en cada lectura, con este texto (con prácticamente todos los textos de Cortázar) encontramos nuevas lecturas cada vez que volvemos a él: es un cubo de Rubik. Y a eso se ha enfrentado, le ha echado arrestos Montse Anfruns, arropada por sus nueve actores y actrices y por todo el equipo de La Xanxa Marranxa, triplicando, incluso, en algún personaje su entidad física: para mostrarnos la cara terrible y bellísima de las tres Parcas clásicas. En ocasiones, Anfruns roza el peligroso filo de la performace o de poesía visual, y lo resuelve airosamente y con cromatismo, contrapuntando el lenguaje fantástico de Cortázar. «Tiempo de barrilete» no deja de ser Shakespeare, Pushkin o una tragedia griega en la que la sonrisa envenenada de la fatalidad humana sobrevuela el escenario. Ya lo he dicho antes: una heroicidad para los tiempos que corren. Anfruns no sólo deviene heroica, sino que nos devuelve el teatro clásico. Nada de bagatelas, volvemos al juego del pensamiento y a la angustia de los textos sublimes en los que están escritos nuestros laberintos interiores. Buenas noches, bonanit!

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